"En un lugar no muy lejano, sino cercano hay una Wawaqutu, que teje historias con palabras fértiles, con pulsiones suaves. Un remedio capaz de reparar y recuperar cualquier ilusión perdida. Prepárate para descubrir lo inesperado en tu corazón. Presta atención y escucha con el oído del alma… Había una vez...”

martes, 24 de agosto de 2010

LA POBREZA Y LA MUERTE

Relato de María Luisa Góngora Pacheco, escritora mexicana de la región de Oxkutzcab y Maní. Se publicó primero en la Colección Letras Mayas Contemporáneas en 1993; el texto español lo preparó Joaquín Bestard, novelista yucateco, con la ayuda de la autora y del escritor maya Miguel May May. ¡¡¡Espero lo disfruten!!!!



El señor Aurelio Zumárraga cuenta que hubo una vez cierta viejita cuyo nombre era Pobreza y que vivía en las afueras de la población. En la puerta de su casa había sembrado una mata de huaya y ésta le daba frutos todo el año. Lo que le molestaba a la viejita es que aquel que veía el fruto le daban ganas de comérselo y sin pedirle permiso se subía a la mata y se anolaba las huayas.
Un día, cuando la viejita llegó al centro del poblado, vio que un viejito pedía limosna, pedía aunque sea le dieran algo de comer en vez de unas monedas, pero nadie lo tomaba en cuenta. A la viejita le dio pena verlo en ese estado tan lastimoso y se lo llevó a su casa para darle de almorzar. Cuando el hombrecito terminó de comer, le dijo a la viejita:
—Ahora que ya comí lo que me diste, pídeme lo que quieras,
que yo puedo concedértelo.
—Buen hombre —dijo la viejita—, lo único que quiero es
que le digas a la huaya que no deje bajar al que suba a sus ramas,
hasta que yo lo mande.
—¡Que se cumpla lo que pides! —contestó el viejito y se
fue satisfecho.


La viejita quedó muy complacida al ver que se cumplía la
promesa del viejito. Pasaron muchos años y un día llegó con la viejita el señor de la Muerte, quien le ordenó:
—Ya es tiempo de que vengas conmigo, vieja Pobreza, por
eso te vine a buscar.
Ella pensó rápidamente la forma de deshacerse de la Muerte
y le dijo:
—Me voy contigo, pero primero quiero que bajes unas
huayas para que yo anole.
—Bien, enseguida lo haré —contestó la Muerte.
Se dirigieron al árbol y ya debajo, la viejita le dijo a la Muerte:
—Sube hasta allá en lo más alto, ahí se encuentran las más
grandes y hermosas huayas, de esas quiero.
La Muerte, muy segura de sí misma, trepó a la mata, pero no pudo bajarse. La Pobreza, al ver lo que sucedía, se metió a su casa y se desajenó de todo.
Así pasaron muchos años y la Muerte no llegaba a nadie, aunque se enfermara la persona. Los doctores veían con asombro que la viejita Pobreza no moría aún buscando alguna manera de hacerlo.


Un día, uno de los doctores fue a la casa de la viejita y lo primero que vio fue la mata llena de frutos; se subió para comer algunos y no pudo bajar. En las ramas encontró al señor de la Muerte y le preguntó:
—¿Qué haces aquí?, todos te andan buscando, pues ya
quieren morirse y tú no llegas para llevártelos.
—Mira, lo que pasó fue que esa mentecata de viejita de la
casa me fregó; pues vine a buscarla y la muy taimada me dijo
que se iría conmigo, pero antes le bajara unas cuantas huayas.
Al subir no pude bajarme y aquí me tienes, y todo aquel que se sube, se queda y hasta tú te quedarás —contestó la Muerte.
—Entonces, a eso se debe que no mueran las personas
—dijo el doctor— Lo que debemos hacer es bajar —y empezó
a gritar ¡vengan aquí, vengan aquí, la Muerte está en mi
poder, vengan a verla!
Fue tanto lo que gritó y tan fuerte, que la gente de la población se reunió debajo del árbol.
—Bajen —les decían.
—No podemos, todo el que se sube se queda aquí —contestó
el doctor.
Entonces la gente acordó cortar el árbol para que bajaran el
doctor y la Muerte. Cuando iban a comenzar, se asomó la viejita
Pobreza.
—¿Qué pretenden hacer? Si quieren bajar a los que están
en la mata de huaya, ¿por qué no me lo dicen?
—Discúlpenos —dijeron los ahí reunidos.
La vieja Pobreza se volvió hacia el árbol y le dijo:
—¡Deja que todos bajen!
Cuando todos bajaron, el Señor de la Muerte le dijo:
—Vieja Pobreza, por no dejarme bajar del árbol, ahora tengo
mucho trabajo y no te puedo llevar, otro día será.
Se fue el señor de la Muerte y la Pobreza se quedó en la tierra. Por eso hasta ahora la tenemos con nosotros.

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