"En un lugar no muy lejano, sino cercano hay una Wawaqutu, que teje historias con palabras fértiles, con pulsiones suaves. Un remedio capaz de reparar y recuperar cualquier ilusión perdida. Prepárate para descubrir lo inesperado en tu corazón. Presta atención y escucha con el oído del alma… Había una vez...”

lunes, 29 de noviembre de 2010

ÍTACA


konstantino kavafis



Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca

debes rogar que el viaje sea largo,

lleno de peripecias, lleno de experiencias.


No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,

ni la cólera del airado Posidón.

Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta

si tu pensamiento es elevado, si una exquisita

emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.

Los lestrigones y los cíclopes

y el feroz Posidón no podrán encontrarte

si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,

si tu alma no los conjura ante ti.


Debes rogar que el viaje sea largo,

que sean muchos los días de verano;

que te vean arribar con gozo, alegremente,

a puertos que tú antes ignorabas.

Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,

y comprar unas bellas mercancías.


Acude a muchas ciudades del Egipto

para aprender, y aprender de quienes saben.


Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:

llegar allí, he aquí tu destino.

Mas no hagas con prisas tu camino;

mejor será que dure muchos años,

y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,

rico de cuanto habrás ganado en el camino.


No has de esperar que Ítaca te enriquezca:

Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.

Sin ella, jamás habrías partido;

mas no tiene otra cosa que ofrecerte.


Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.

Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,

sin duda sabrás ya qué significa la Ítaca.


Ilustración de Michael Zancan, ver sus trabajos en http://zancan.deviantart.com/gallery/

miércoles, 24 de noviembre de 2010

OUT OF SIGHT

OUT OF SIGHT es un proyecto de graduación de la Universidad Nacional de las Artes de Taiwan: Ya-Ting Yu (director), Ya- Hsuan Yeh (composición y color) y Ling Chung (animación y color).

Es la Historia de una pequeña niña ciega, que al ser robada encuentra y crea gracias a su imaginación un nuevo mundo. ¡¡Disfruten de esta aventura junto a ella!!


jueves, 18 de noviembre de 2010

CONSEJOS DE UNA ORUGA

Capítulo 5 del libro "Alicia en el País de las Maravillas"

de Lewis Carroll

La Oruga y Alicia se estuvieron mirando un rato en silencio: por fin la Oruga se sacó la pipa de la boca, y se dirigió a la niña en voz lánguida y adormilada.

-¿Quién eres tú? -dijo la Oruga.

No era una forma demasiado alentadora de empezar una conversación. Alicia contestó un poco intimidada:

-Apenas sé, señora, lo que soy en este momento... Sí sé quién era al levantarme esta mañana, pero creo que he cambiado varias veces desde entonces.

-¿Qué quieres decir con eso? -preguntó la Oruga con severidad-. ¡A ver si te aclaras contigo misma!

-Temo que no puedo aclarar nada conmigo misma, señora -dijo Alicia-, porque yo no soy yo misma, ya lo ve.

-No veo nada -protestó la Oruga.

-Temo que no podré explicarlo con más claridad -insistió Alicia con voz amable-, porque para empezar ni siquiera lo entiendo yo misma, y eso de cambiar tantas veces de estatura en un solo día resulta bastante desconcertante.

-No resulta nada -replicó la Oruga.

-Bueno, quizás usted no haya sentido hasta ahora nada parecido -dijo Alicia-, pero cuando se convierta en crisálida, cosa que ocurrirá cualquier día, y después en mariposa, me parece que todo le parecerá un poco raro, ¿no cree?

-Ni pizca -declaró la Oruga.

-Bueno, quizá los sentimientos de usted sean distintos a los míos, porque le aseguro que a mi me parecería muy raro.

-¡A ti! -dijo la Oruga con desprecio-. ¿Quién eres tú?

Con lo cual volvían al principio de la conversación. Alicia empezaba a sentirse molesta con la Oruga, por esas observaciones tan secas y cortantes, de modo que se puso tiesa como un rábano y le dijo con severidad:

-Me parece que es usted la que debería decirme primero quién es.

-¿Por qué? -inquirió la Oruga.

Era otra pregunta difícil, y como a Alicia no se le ocurrió ninguna respuesta convincente y como la Oruga parecía seguir en un estado de ánimo de lo más antipático, la niña dio media vuelta para marcharse.

-¡Ven aquí! -la llamó la Oruga a sus espaldas-. ¡Tengo algo importante que decirte!

Estas palabras sonaban prometedoras, y Alicia dio otra media vuelta y volvió atrás.

-¡Vigila este mal genio! -sentenció la Oruga.

-¿Es eso todo? -preguntó Alicia, tragándose la rabia lo mejor que pudo.

-No -dijo la Oruga.

Alicia decidió que sería mejor esperar, ya que no tenía otra cosa que hacer, y ver si la Oruga decía por fin algo que mereciera la pena. Durante unos minutos la Oruga siguió fumando sin decir palabra, pero después abrió los brazos, volvió a sacarse la pipa de la boca y dijo:

-Así que tú crees haber cambiado, ¿no?

-Mucho me temo que si, señora. No me acuerdo de cosas que antes sabía muy bien, y no pasan diez minutos sin que cambie de tamaño.

-¿No te acuerdas ¿de qué cosas?

-Bueno, intenté recitar los versos de "Ved cómo la industriosa abeja... pero todo me salió distinto, completamente distinto y seguí hablando de cocodrilos".

-Pues bien, haremos una cosa.

-¿Que?

-Recítame eso de "Ha envejecido, Padre Guillermo..." -Ordenó la Oruga.

Alicia cruzó los brazos y empezó a recitar el poema:

"Ha envejecido, Padre Guillermo," dijo el chico,

"Y su pelo está lleno de canas;

Sin embargo siempre hace el pino-

¿Con sus años aún tiene las ganas?


"Cuando joven," dijo Padre Guillermo a su hijo,

"No quería dañarme el coco;

Pero ya no me da ningún miedo,

Que de mis sesos me queda muy poco."

"Ha envejecido," dijo el muchacho,

"Como ya se ha dicho;

Sin embargo entró capotando-

¿Como aún puede andar como un bicho?

"Cuando joven," dijo el sabio, meneando su pelo blanco,

"Me mantenía el cuerpo muy ágil

Con ayuda medicinal y, si puedo ser franco,

Debes probarlo para no acabar débil."


"Ha envejecido," dijo el chico, "y tiene los dientes inútiles

para más que agua y vino;

Pero zampó el ganso hasta los huesos frágiles-

A ver, señor, ¿que es el tino?"

Cuando joven," dijo su padre, "me empeñé en ser abogado,

Y discutía la ley con mi esposa;

Y por eso, toda mi vida me ha durado

Una mandíbula muy fuerte y musculosa."

"Ha envejecido y sería muy raro," dijo el chico,

"Si aún tuviera la vista perfecta;

¿Pues cómo hizo bailar en su pico

Esta anguila de forma tan recta?"

"Tres preguntas ya has posado,

Y a ninguna más contestaré.

Si no te vas ahora mismo,

¡Vaya golpe que te pegaré!

-Eso no está bien -dijo la Oruga.

-No, me temo que no está del todo bien -reconoció Alicia con timidez-.

Algunas palabras tal vez me han salido revueltas.

-Está mal de cabo a rabo- sentenció la Oruga en tono implacable, y siguió un silencio de varios minutos.

La Oruga fue la primera en hablar.

¿Qué tamaño te gustaría tener? -le preguntó.

-No soy difícil en asunto de tamaños -se apresuró a contestar Alicia-. Sólo que no es agradable estar cambiando tan a menudo, sabe.

-No sé nada -dijo la Oruga. Alicia no contestó. Nunca en toda su vida le habían llevado tanto la contraria, y sintió que se le estaba acabando la paciencia.

-¿Estás contenta con tu tamaño actual? -preguntó la Oruga.

-Bueno, me gustaría ser un poco más alta, si a usted no le importa. ¡Siete centímetros es una estatura tan insignificante!

¡Es una estatura perfecta! -dijo la Oruga muy enfadada, irguiéndose cuan larga era (medía exactamente siete centímetros).

-¡Pero yo no estoy acostumbrada a medir siete centímetros! se lamentó la pobre Alicia con voz lastimera, mientras pensaba para sus adentros: «¡Ojalá estas criaturas no se ofendieran tan fácilmente!»

-Ya te irás acostumbrando -dijo la Oruga, y volvió a meterse la pipa en la boca y empezó otra vez a fumar.

Esta vez Alicia esperó pacientemente a que se decidiera a hablar de nuevo. Al cabo de uno o dos minutos la Oruga se sacó la pipa de la boca, dio unos bostezos y se desperezó. Después bajó de la seta y empezó a deslizarse por la hierba, al tiempo que decía:

-Un lado te hará crecer, y el otro lado te hará disminuir.

-Un lado ¿de qué? El otro lado ¿de que? -se dijo Alicia para sus adentros.

-De la seta -dijo la Oruga, como si la niña se lo hubiera preguntado en voz alta.

Y al cabo de unos instantes se perdió de vista.

Alicia se quedó un rato contemplando pensativa la seta, en un intento de descubrir cuáles serían sus dos lados, y, como era perfectamente redonda, el problema no resultaba nada fácil. Así pues, extendió los brazos todo lo que pudo alrededor de la seta y arrancó con cada mano un pedacito.

-Y ahora -se dijo-, ¿cuál será cuál?

Dio un mordisquito al pedazo de la mano derecha para ver el efecto y al instante sintió un rudo golpe en la barbilla. ¡La barbilla le había chocado con los pies!

Se asustó mucho con este cambio tan repentino, pero comprendió que estaba disminuyendo rápidamente de tamaño, que no había por tanto tiempo que perder y que debía apresurarse a morder el otro pedazo. Tenía la mandíbula tan apretada contra los pies que resultaba difícil abrir la boca, pero lo consiguió al fin, y pudo tragar un trocito del pedazo de seta que tenía en la mano izquierda.

................

«¡Vaya, por fin tengo libre la cabeza!», se dijo Alicia con alivio, pero el alivio se transformó inmediatamente en alarma, al advertir que había perdido de vista sus propios hombros: todo lo que podía ver, al mirar hacia abajo, era un larguísimo pedazo de cuello, que parecía brotar como un tallo del mar de hojas verdes que se extendía muy por debajo de ella.

-¿Qué puede ser todo este verde? -dijo Alicia-. ¿Y dónde se habrán marchado mis hombros? Y, oh mis pobres manos, ¿cómo es que no puedo veros?

Mientras hablaba movía las manos, pero no pareció conseguir ningún resultado, salvo un ligero estremecimiento que agitó aquella verde hojarasca distante.

Como no había modo de que sus manos subieran hasta su cabeza, decidió bajar la cabeza hasta las manos, y descubrió con entusiasmo que su cuello se doblaba con mucha facilidad en cualquier dirección, como una serpiente. Acababa de lograr que su cabeza descendiera por el aire en un gracioso zigzag y se disponía a introducirla entre las hojas, que descubrió no eran más que las copas de los árboles bajo los que antes había estado paseando, cuando un agudo silbido la hizo retroceder a toda prisa. Una gran paloma se precipitaba contra su cabeza y la golpeaba violentamente con las alas.

-¡Serpiente! -chilló la paloma.

-¡Yo no soy una serpiente! -protestó Alicia muy indignada-. ¡Y déjame en paz!

-¡Serpiente, más que serpiente! -siguió la Paloma, aunque en un tono menos convencido, y añadió en una especie de sollozo-: ¡Lo he intentado todo, y nada ha dado resultado!

-No tengo la menor idea de lo que usted está diciendo! -dijo Alicia.

-Lo he intentado en las raíces de los árboles, y lo he intentado en las riberas, y lo he intentado en los setos -siguió la Paloma, sin escuchar lo que Alicia le decía-. ¡Pero siempre estas serpientes! ¡No hay modo de librarse de ellas!

Alicia se sentía cada vez más confusa, pero pensó que de nada serviría todo lo que ella pudiera decir ahora y que era mejor esperar a que la Paloma terminara su discurso.

-¡Como si no fuera ya bastante engorro empollar los huevos! -dijo la Paloma-. ¡Encima hay que guardarlos día y noche contra las serpientes! ¡No he podido pegar ojo durante tres semanas!

-Siento mucho que sufra usted tantas molestias -dijo Alicia, que empezaba a comprender el significado de las palabras de la Paloma. -¡Y justo cuando elijo el árbol más alto del bosque -continuó la Paloma, levantando la voz en un chillido-, y justo cuando me creía por fin libre de ellas, tienen que empezar a bajar culebreando desde el cielo! ¡Qué asco de serpientes!

-Pero le digo que yo no soy una serpiente. Yo soy una... Yo soy una...

-Bueno, qué eres, pues? -dijo la Paloma-. ¡Veamos qué demonios inventas ahora!

-Soy... soy una niñita -dijo Alicia, llena de dudas, pues tenía muy presentes todos los cambios que había sufrido a lo largo del día.

-¡A otro con este cuento! -respondió la Paloma, en tono del más profundo desprecio-. He visto montones de niñitas a lo largo de mi vida, ¡pero ninguna que tuviera un cuello como el tuyo! ¡No, no! Eres una serpiente, y de nada sirve negarlo. ¡Supongo que ahora me dirás que en tu vida te has zampado un huevo!

-Bueno, huevos si he comido -reconoció Alicia, que siempre decía la verdad-. Pero es que las niñas también comen huevos, igual que las serpientes, sabe.

-No lo creo -dijo la Paloma-, pero, si es verdad que comen huevos, entonces no son más que una variedad de serpientes, y eso es todo.

Era una idea tan nueva para Alicia, que quedó muda durante uno o dos minutos, lo que dio oportunidad a la Paloma de añadir:

-¡Estás buscando huevos! ¡Si lo sabré yo! ¡Y qué más me da a mí que seas una niña o una serpiente?

-¡Pues a mí sí me da! -se apresuró a declarar Alicia-. Y además da la casualidad de que no estoy buscando huevos. Y aunque estuviera buscando huevos, no querría los tuyos: no me gustan crudos.

-Bueno, pues entonces, lárgate -gruño la Paloma, mientras se volvía a colocar en el nido.

Alicia se sumergió trabajosamente entre los árboles. El cuello se le enredaba entre las ramas y tenía que pararse a cada momento para liberarlo. Al cabo de un rato, recordó que todavía tenía los pedazos de seta, y puso cuidadosamente manos a la obra, mordisqueando primero uno y luego el otro, y creciendo unas veces y decreciendo otras, hasta que consiguió recuperar su estatura normal.

Hacía tanto tiempo que no había tenido un tamaño ni siquiera aproximado al suyo, que al principio se le hizo un poco extraño. Pero no le costó mucho acostumbrarse y empezó a hablar consigo misma como solía.

-¡Vaya, he realizado la mitad de mi plan! ¡Qué desconcertantes son estos cambios! ¡No puede estar una segura de lo que va a ser al minuto siguiente! Lo cierto es que he recobrado mi estatura normal. El próximo objetivo es entrar en aquel precioso jardín... Me pregunto cómo me las arreglaré para lograrlo.

Mientras decía estas palabras, llegó a un claro del bosque, donde se alzaba una casita de poco más de un metro de altura.

-Sea quien sea el que viva allí -pensó Alicia-, no puedo presentarme con este tamaño. ¡Se morirían del susto!

Así pues, empezó a mordisquear una vez más el pedacito de la mano derecha, Y no se atrevió a acercarse a la casita hasta haber reducido su propio tamaño a unos veinte centímetros.

Ilustraciones de John Tenniel.

LA ONDINA DEL ESTANQUE



Había en cierto tiempo un molinero que vivía feliz con su mujer: tenían dinero y bienes y su propiedad aumentaba de año en año, pero la desgracia, dice el proverbio, viene durante la noche; su fortuna disminuyó de año en año, lo mismo que se había aumentado, y por último el molinero apenas podía llamar suyo el molino en que habitaba. Hallábase muy afligido, y cuando se acostaba por la noche terminado su trabajo, apenas podía descansar, pues sus penas le hacían dar vueltas en la cama. Una mañana se levantó antes de la aurora y salió para tomar el aire, imaginando que sentía algún alivio en su pesar. Cuando pasaba cerca de la escalera del molino, comenzaba a apuntar el primer rayo del sol y oyó un ligero ruido en el estanque. Se volvió y distinguió a una mujer muy hermosa, que se elevaba lentamente en medio del agua; sus largos cabellos, que había echado con sus delicadas manos sobre sus espaldas, descendían por ambos lados y cubrían su cuerpo blanco y brillante como la nieve. No tardó en conocer que era la ondina del estanque, e ignoraba en su terror si debía quedarse o huir de allí, pero la ondina dejó oír su dulce voz, le llamó por su nombre y le preguntó por qué estaba tan triste. El molinero permaneció como mudo en un principio, pero oyéndola hablar con tanta gracia, se animó y le refirió que anteriormente había vivido feliz y rico, y que ahora se había quedado tan pobre que ignoraba qué hacerse.

-No tengas cuidado, contestó la ondina; yo te haré más feliz y dichoso de lo que nunca has sido; mas es preciso que me prometas darme lo que acaba de nacer en tu casa.

-Sin duda será algún perro o algún gato, pensó para sí el molinero y la prometió lo que la pedía.

La ondina se sumergió en el agua y él volvió corriendo, consolado y alegre, a su molino; aún no había llegado cuando salió la criada de la casa y le dijo que se regocijase, pues su mujer acababa de dar a luz un niño. Quedó el molinero como herido de un rayo, comprendiendo entonces que la maliciosa ondina sabía lo que pasaba y le había engañado. Acercose al lecho de su mujer con la cabeza baja, y cuando le preguntó.

-¿Por qué no te alegras por el nacimiento de nuestro nuevo hijo?

La refirió lo que le había sucedido y la promesa que había hecho a la ondina.

-¿De qué me sirve la prosperidad y las riquezas, añadió, si debo perder a mi hijo?

Mas ¿qué había de hacer?, sus mismos parientes cuando fueron a felicitarle, no le pudieron dar remedio ninguno.

La fortuna volvió sin embargo a la casa del molinero; cuanto emprendía le salía siempre bien, parecía que los baúles y cofres se llenaban por sí mismos y que el dinero se multiplicaba en sus armarios durante la noche; trascurrido algún tiempo, era mucho más rico que antes. Pero no podía gozar de su felicidad pues la promesa que había hecho a la ondina destrozaba su corazón. Siempre que pasaba cerca del estanque temía verla subir a la superficie y recordarle su deuda. No dejaba al niño acercarse al agua.

-Ten cuidado, le decía, si te acercas alguna vez ahí, saldrá una mano que te cogerá y te arrastrará al fondo.

Sin embargo como los años pasaban uno tras otro, y la ondina no parecía, comenzó a tranquilizarse el molinero.

El niño creció y llegó a hombre y le colocaron en casa de un cazador, en cuanto aprendió a cazar y supo bien la profesión, le recibió a su servicio el señor de la aldea, donde había una hermosa y honrada joven que agradó al cazador, y cuando lo supo su amo, le regaló una casita, donde vivieron felices y tranquilos amándose de todo corazón.

El cazador perseguía un día un corzo; el animal salió del bosque a la llanura, y él le siguió matándole de un tiro. No había notado que se hallaba cerca del peligroso estanque, y en cuanto cogió su presa fue a lavarse las manos llenas de sangre. Pero apenas las había metido en el agua, cuando salió la ondina del fondo, le enlazó sonriendo en sus húmedos brazos, y le arrastró tras sí con tal prontitud, que la ola le cubrió enteramente al cerrarse.

Cuando entrada la noche el cazador no volvía a su casa, su mujer sintió grande inquietud; salió a buscarle y como la había referido algunas veces que tenía que guardarse de las emboscadas de la ondina y que no se atrevía a aventurarse en las cercanías del estanque, sospechó lo que había sucedido. Corrió al estanque, y cuando vio la escopeta a la orilla no dudó ya de su desgracia: llamó a su marido por su nombre, lamentándose y retorciéndose las manos, pero todo fue en vano; corrió al otro lado del estanque, dirigió a la ondina las injurias más violentas, mas no sintió respuesta alguna. El agua continuaba tranquila y la luna casi llena la miraba sin hacer el menor movimiento.

La pobre mujer no se separaba del estanque; con precipitados pasos y sin descansar daba vueltas a su alrededor, callando unas veces, dando gritos otras y murmurando algunas en voz baja. Faltáronle al fin las fuerzas, se sentó en el suelo y cayó en un profundo letargo; bien pronto comenzó a soñar.

Parecíala subir con la mayor inquietud por entre dos masas de rocas; las espinas y las piedras herían sus pies; la luna bañaba su rostro y el viento agitaba sus largos cabellos. Cuando llegó a la cumbre de la montaña, todo cambió de aspecto. El cielo era azul, el aire suave, la tierra descendía en suave pendiente, y en medio de un verde prado, esmaltado todo de flores, vio una bonita cabaña; se acercó a ella y abrió la puerta; en el interior se hallaba sentada una anciana de cabellos blancos, que la hizo una seña con la mayor amabilidad. La pobre mujer despertó en el mismo instante. Era ya de día y decidió poner en seguida en práctica, lo que su sueño la había aconsejado. Subió la montaña con gran trabajo y encontró todo lo que había visto la noche anterior; la vieja la recibió con mucha bondad y la indicó una silla donde sentarse.

-Sin duda has tenido alguna desgracia, la dijo, cuando vienes a visitar mi solitaria cabaña.

La mujer la refirió llorando lo que la había pasado.

-Consuélate, dijo, yo te socorreré. Toma ese peine de oro; espera hasta que llegue la luna llena, entonces vas a la orilla del estanque, te sientas y pasas el peine por tus largos cabellos negros. Cuando hayas concluido, le pones allí al lado y ya verás lo que sucede.

Volvió la mujer a su casa, pero transcurrió mucho tiempo antes de llegar la luna llena; al fin brilló en el cielo el redondo disco; fue entonces a la orilla del estanque, se sentó y pasó el peine de oro por sus largos cabellos negros, y cuando hubo concluido se sentó junto al agua. Poco después comenzó a moverse el fondo, se levantó una ola, rodó hacia la orilla y se llevó el peine. Aún no habría podido tocar al fondo cuando se abrió el espejo del agua y subió a la superficie la cabeza del cazador; no habló, pero dirigió a su mujer una mirada llena de tristeza. En el mismo instante se levantó con grande ruido una segunda ola y cubrió la cabeza del cazador. Todo desapareció en seguida, el estanque quedó tranquilo como anteriormente y la faz de la luna volvió a brillar en él.

La mujer se marchó desesperada, pero se la apareció en sueños la cabaña de la vieja; a la mañana siguiente se puso en camino y contó su pena a la buena hada. La vieja la dio una flauta de oro y la dijo:

-Espera hasta la luna llena; entonces, coges esta flauta, te pones a la orilla del estanque, tocas un rato y cuando hayas concluido la dejas en la arena, y verás lo que sucede.

La mujer hizo lo que la había dicho la vieja. Apenas había dejado la flauta en la arena, comenzó a moverse el fondo del agua, se levantó una ola, se adelantó hacia la orilla y se llevó la flauta. Poco después se entreabrió el agua, y no solo subió a la superficie la cabeza del cazador, sino todo él hasta la mitad de su cuerpo.

Extendió sus brazos hacia ella con ardoroso amor, pero vino una segunda ola con grande estrépito, le cubrió y le arrastró al fondo.

-¡Ah!, dijo la desgraciada mujer, ¿de qué me sirve ver a mi amado para perderle enseguida?

Llenose de nuevo su corazón de tristeza, pero un sueño la indicó por tercera vez la cabaña de la anciana. Se puso en camino y el hada la dio una rueca de oro, la consoló y la dijo:

-Todavía hay esperanza: aguarda hasta que llegue la luna llena; entonces tomas la rueca, te colocas en la orilla e hilas hasta que hayas llenado el uso; cuando concluyas coloca la rueca junto al agua y verás lo que sucede.

La mujer siguió el consejo punto por punto: en cuanto llegó la luna llena, llevó la rueca de oro orilla del agua e hiló con la mayor actividad hasta que hubo concluido todo, su lino y el hilo llenó el huso.

Apenas dejó la rueca junto a la orilla, se removió el fondo del agua con más violencia que nunca, se adelantó una ola y se llevó la rueca.

Enseguida subió a la superficie la cabeza y todo el cuerpo del cazador, saltó en un instante a la orilla, tomó a su mujer de la mano y echaron a correr, pero apenas habían dado algunos pasos, cuando se levantó toda el agua del estanque formando solo una ola y se extendió por la llanura con una violencia irresistible.

Los dos fugitivos veían ya la muerte delante de sus ojos, cuando la mujer, con angustia, llamó a la vieja en su corazón, y en un momento fueron convertidos ella en sapo y él en rana.

La ola que los había alcanzado no pudo acabar con ellos, pero los separó y los llevó muy lejos el uno del otro. Cuando se retiró el agua y pusieron el pie en un terreno seco, volvieron a tomar su forma humana, pero ninguno de los dos sabía lo que había sucedido al otro, se hallaban entre hombres extraños que no conocían su país; los separaban altas montañas y profundos valles. Los dos se vieron obligados a guardar ovejas para ganar el sustento y durante muchos años condujeron su ganado por los bosques y los campos, llenos de tristeza y de pesar.

En una ocasión, cuando comenzaban a brotar las flores de la primavera, salieron los dos con un rebaño en el mismo día y la casualidad quiso que marchasen al encuentro el uno del otro. El marido distinguió la pendiente de una montaña y dirigió hacia ella sus ovejas: llegaron juntos al valle, pero no se conocieron y sin embargo se alegraron de no estar solos. Desde entonces llevaron todos los días sus ganados a pacer juntos; no se hablaban, pero sentían un consuelo desconocido a sus almas.

Una noche cuando la luna brillaba en el cielo y descansaban ya las ovejas, sacó el pastor la flauta de su zurrón y tocó una sonata muy melodiosa, pero también muy triste; cuando acabó vio que la pastora lloraba amargamente.

-¿Por qué lloras?, la preguntó.

-¡Ah!, contestó; así brillaba la luna cuando toqué por última vez esa sonata en la flauta y apareció en la superficie del agua la cabeza de mi amado.

La miró entonces el pastor, y le pareció que caía un velo de sus ojos, pues reconoció a su amada mujer, y mirándole a la luz de la luna que daba en su rostro, le reconoció ella a su vez. Arrojándose en los brazos uno del otro, se abrazaron, y no se pregunta si fueron dichosos.

Cuento recopilado por los hermanos Grimm

martes, 16 de noviembre de 2010

LA CARTA DE GRAN JEFE SIOUX


En 1854, Franklin Pierce, Presidente de los Estados Unidos de América, envió una oferta de compra al Jefe de Seattle, perteneciente a la tribu de los Suwamish. La intención era comprar los territorios del noroeste de los Estados Unidos, a cambio le ofrecía crear una reserva para el pueblo indio. Este Ilustre jefe Sioux, respondió con una carta llena de belleza y sabiduría.

Jefe de los Caras Pálidas:

¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra?, esa es para nosotros una idea extraña. Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos? Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja. Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jámas se olvidan de esta bella tierra, somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; elciervo, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.

Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco manda decir que decea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros asi diga que nos reservará un lugar donde podamos vivir satisfechos pero eso no será facil, esta tirra es sagrada para nosotros. esta agua brillante que escurre por los riachuelos y corre por los rios no es apenas agua, sino la sangre de nuestros antepasados, si les vendemos la tirra, ustedes deberán recordar que es sagrada, y deben enseñar a sus hijos que cada reflejo sobre las aguas limapias de los lagos habla de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de los rios es la voz de mis antepasados

Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los ríos cargan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos nuestras tierras,ustedes deben recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos, y los suyos también. Por lo tanto, deberan tratarlos con la bondad que tratarían a cualquier hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Una porción de tierra para él tiene el mismo significado que cualquier otra; pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la tierra lo que necesita. la tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando ya la conquistó prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello quesería de sus hijos y no le importa.

El hombre blanco olvida la sepultura de su padre. trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas que pueden ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos coloridos. Su apetito devorará la tierra y dejará atrás solamente un desierto.

Yo no entiendo. Tal vez el hombre piel roja es un salvaje yno comprenda. Nuestras costumbres son diferentes de las de ustedes.

No hay un lugar quieto en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el florecer de las hojas en la primavera, o el batir las alas de un insecto. ¿Que resta de la vida si un hombre no puede oír el llorar solitario de unave o el croar nocturno de las ranas al rededor de un lago?.

El aire es de mucho valor para el hombre piel roja, pues todas las cosas comparten el mismo aire -el animal, el árbol, el hombre - todos comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco no siente el aire que respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal olor. Pero si vendemos nuestra tierra al hombre blanco, el debe recordar que el aire es valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, también recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre blanco pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.Por lo tanto, vamos a meditar sobre su oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar.

Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo como es que el caballo humeante de fierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir.

¿Qué es el hombre sin los animales?. Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales, en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en todo. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. la tierra no pertenece al hombre; es el hombre quien pertence a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas la cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; el es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo. Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla como él, de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común.

Es posible que seamos hermanos, a pesar de todo. De una cosa estamos seguros que el hombre blanco llegará a descubrir algún día: nuestro Dios es el mismo Dios. ustedes pueden pensar que lo poseen como desean poseer nuestra tierra; pero no es posible. Él es el Dios del hombre, y su compasión es igual para el hombre piel roja como para el hombre blanco.

Cuando nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán intensamente iluminados por la fuerza del Dios que los trajo a estas tierras y por alguna razón especial les dio el dominio sobre la tierra y sobre el hombre piel roja. Este destino es un misterio para nosotros, pues no comprendemos el que los búfalos sean exterminados, los caballos bravíos sean todos domados, los rincones secretos del bosque denso sean impregnados del olor de muchos hombres y la visión de las montañas obstruida por hilos de hablar.

¿Que han sucedido con las plantas? Están destruidas.

¿Que ha sucedido con el águila? Ha desaparecido.

De hoy en adelante, la vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.