"En un lugar no muy lejano, sino cercano hay una Wawaqutu, que teje historias con palabras fértiles, con pulsiones suaves. Un remedio capaz de reparar y recuperar cualquier ilusión perdida. Prepárate para descubrir lo inesperado en tu corazón. Presta atención y escucha con el oído del alma… Había una vez...”

viernes, 30 de julio de 2010

UNA PEQUEÑA FÁBULA

FRANZ KAFKA (1883 - 1924)



¡Ay! -dijo el ratón-. El mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan grande que le tenía miedo. Corría y corría y por cierto que me alegraba ver esos muros, a diestra y siniestra, en la distancia. Pero esas paredes se estrechan tan rápido que me encuentro en el último cuarto y ahí en el rincón está la trampa sobre la cual debo pasar.

-Todo lo que debes hacer es cambiar de rumbo -dijo el gato... y se lo comió.

martes, 27 de julio de 2010

FELICES FIESTAS PERÚ: "CON DÍAS Y OLLAS VENCEREMOS"


TRADICIONES PERUANAS - Segunda serie
ESCRITA POR RICARDO PALMA

A principios de junio de 1821, y cuando acababan de iniciarse las famosas negociaciones o armisticio de Punchauca entre el virrey Laserna y el general San Martín, recibió el ejército patriota, acantonado en Huaura, el siguiente santo, seña y contraseña: Con días -y ollas- venceremos.

Para todos, exceptuando Monteagudo, Luzuriaga, Guido y García del Río, el santo y seña era una charada estúpida, una frase disparatada; y los que juzgaban a San Martín más cristiana y caritativamente se alzaban de hombros murmurando: «¡Extravagancias del general!».

Sin embargo, el santo y seña tenía malicia o entripado, y es la síntesis de un gran suceso histórico. Y de eso es de lo que me propongo hoy hablar, apoyando mi relato, más que en la tradición oral que he oído contar al amanuense de San Martín y a otros soldados de la patria vieja, en la autoridad de
mi amigo el escritor bonaerense D. Mariano Pelliza, que a vuela pluma se ocupa del santo y seña en uno de sus interesantes libros.

I

San Martín, por juiciosas razones que la historia consigna y aplaude, no quería deber la ocupación de Lima al éxito de una batalla, sino a los manejos y ardides de la política. Sus impacientes tropas, ganosas de habérselas cuanto antes con los engreídos realistas, rabiaban mirando la aparente pachorra del general; pero el héroe argentino tenía en mira, como acabamos de apuntarlo, pisar Lima sin consumo de pólvora y sin lo que para él importaba más, exponer la vida de sus soldados; pues en verdad no andaba sobrado de ellos.

En correspondencia secreta y constante con los patriotas de la capital, confiaba en el entusiasmo y actividad de éstos para conspirar, empeño que había producido ya, entre otros hechos de importancia para la causa libertadora, la defección del batallón Numancia.
Pero con frecuencia los espías y las partidas de exploración o avanzadas lograban interceptar las comunicaciones entre San Martín y sus amigos, frustrando no pocas veces el desarrollo de un plan. Esta contrariedad, reagravada con el fusilamiento que hacían los españoles de aquellos a quienes sorprendían con cartas en clave, traía inquieto y pensativo al emprendedor caudillo. Era necesario encontrar a todo trance un medio seguro y expedito de comunicación.

Preocupado con este pensamiento, paseaba una tarde el general, acompañado de Guido y un ayudante, por la larga y única calle de Huaura, cuando, a inmediaciones del puente, fijó su distraída mirada en un caserón viejo que en el patio tenía un horno para fundición de ladrillos y obras de alfarería. En aquel tiempo, en que no llegaba por acá la porcelana hechiza, era éste lucrativo oficio; pues así la vajilla de uso diario como los utensilios de cocina eran de barro cocido y calcinado en el país, salvos tal cual jarrón de Guadalajara y las escudillas de plata, que ciertamente figuraban sólo en la mesa de gente acomodada.

San Martín tuvo una de esas repentinas y misteriosas inspiraciones que acuden únicamente al cerebro de los hombres de genio, y exclamó para sí: «¡Eureka! Ya está resuelta la X del problema». El dueño de la casa era un indio entrado en años, de espíritu despierto y gran partidario de los insurgentes. Entendiose con él San Martin, y el alfarero se comprometió a fabricar una olla con doble fondo, tan diestramente preparada que el ojo más experto no pudiera descubrir la trampa.

El indio hacía semanalmente un viajecito a Lima, conduciendo dos mulas cargadas de platos y ollas de barro, que aún no se conocían por nuestra tierra las de peltre o cobre estañado. Entre estas últimas y sin diferenciarse ostensiblemente de las que componían el resto de la carga, iba la olla revolucionaria, llevando en su doble fondo importantísimas cartas en cifra. El conductor se dejaba registrar por cuanta partida de campo encontraba, respondía con naturalidad a los interrogatorios, se quitaba el sombrero cuando el oficial del piquete pronunciaba el nombre de Fernando VII, nuestro amo y señor, y lo dejaban seguir su viaje, no sin hacerle gritar antes «¡Viva el rey! ¡Muera la patria!». ¿Quién demonios iba a imaginarse que ese pobre indio viejo andaba tan seriamente metido en belenes de política?

Nuestro alfarero era, como cierto soldado, gran repentista o improvisador de coplas que, tomado prisionero por un coronel español, éste como por burla o para hacerlo renegar de su bandera le dijo:
-Mira, palangana, te regalo un peso si haces una cuarteta con el pie forzado que voy a darte:

Viva el séptimo Fernando
con su noble y leal nación.

-No tengo el menor conveniente, señor coronel -contestó el prisionero-. Escuche usted:

Viva el séptimo Fernando
con su noble y leal nación;
pero es con la condición
de que en mí no tenga mando...
y venga mi patacón.

II

Vivía el Sr. D. Francisco Javier de Luna Pizarro, sacerdote que ejerció desde entonces gran influencia en el país, en la casa fronteriza a la iglesia de la Con
cepción, y él fue el patriota designado por San Martín para entenderse con el ollero. Pasaba éste a las ocho de la mañana por la calle de la Concepción pregonando con toda la fuerza de sus pulmones: ¡Ollas y platos! ¡Baratos! ¡Baratos!, que, hasta hace pocos años, los vendedores de Lima podían dar tema para un libro por la especialidad de sus pregones. Algo más. Casas había en que para saber la hora no se consultaba reloj, sino el pregón de los vendedores ambulantes.

Lima ha ganado en civilización; pero se ha despoetizado, y día por día pierde todo lo que de original y típico hubo en sus costumbres.

Yo he alcanzado esos tiempos en los que parece que, en Lima, la ocupación de los vecinos hubiera sido tener en continuo ejercicio los molinos de masticación llamados dientes y muelas. Juzgue el lector por e
l siguiente cuadrito de cómo distribuían las horas en mi barrio, allá cuando yo andaba haciendo novillos por huertas y murallas y muy distante de escribir tradiciones y dragonear de poeta, que es otra forma de matar el tiempo o hacer novillos.

La lechera indicaba las seis de la mañana.

La tisanera y la chichera de Terranova daban su pregón a las siete en punto.

El bizcochero y la vendedora de leche-vinagre, que gritaba ¡a la cuajadita!, designaban las ocho, ni minuto más ni minuto menos.

La vendedora de zanguito de ñajú y choncholíes marcaba las nueve, hora de canónigos.

La tamalera era anuncio de las diez.

A las once pasaban la melonera y la mulata de convento vendiend
o ranfañote, cocada, bocado de rey, chancaquitas de cancha y de maní, y fréjoles colados.

A las doce aparecían el frutero de canasta llena y proveedor de empanaditas de picadillo.

La una era indefectiblemente señalada por el vendedor de ante con ante, la arrocera y el alfajorero.

A las dos de la tarde la picaronera, el humitero y el de la rica causa de Trujillo atronaban con sus pregones.

A las tres el melcochero, la turronera y el anticuchero o vendedor de bisteque en palito clamoreaban con más puntualidad que la Mariangola de la Catedral.

A las cuatro gritaban la picantera y el de la piñita de nuez.

A las cinco chillaban el jazminero, el de las caramanducas y el vendedor de flores de trapo, que gritaba: ¡Jardín, jardín! ¿Muchacha, no hueles?

A las seis canturreaban el raicero y el galletero.
A las siete de la noche pregonaban el caramelero, la mazamorrera y la champucera.

A las ocho el heladero y el barquillero.

Aún a las nueve de la noche, junto con el toque de cubrefuego, el animero o sacristán de la parroquia salía con capa colorada y farolito en mano pidiendo para las ánimas benditas del purgatorio o para la cera de Nuestro Amo. Este prójimo era el terror de los niños rebeldes para acostarse.

Después de esa hora, era el sereno del barrio quien reemplazaba a los relojes ambulantes, cantando, entre piteo y piteo: «¡Ave María Purísima! ¡Las diez han dado! ¡Viva el Perú, y sereno!». Que eso sí, para los serenos de Lima, por mucho que el tiempo estuviese nublado o lluvioso, la consigna era declararlo ¡sereno! Y de sesenta en sesenta minutos se repetía el canticio hasta el amanecer.

Y hago caso omiso de innumerables pregones que se daban a una hora fija.

¡Ah, tiempos dichosos! Podía en ellos ostentarse por pura chamberinada un cronómetro; pero para saber con fijeza la hora en que uno vivía, ningún reloj más puntual que el pregón de los vendedores. Ése sí que no discrepaba pelo de segundo ni había para qué limpiarlo o enviarlo a la enfermería cada seis meses. ¡Y luego la baratura! Vamos; si cuan
do empiezo a hablar de antiguallas se me va el santo al cielo y corre la pluma sobre el papel como caballo desbocado. Punto a la digresión, y sigamos con nuestro insurgente ollero.

Apenas terminaba su pregón en cada esquina, cuando salían a la puerta todos los vecinos que tenían necesidad de utensilios de cocina.

III

Pedro Manzanares, mayordomo del señor Luna Pizarro, era un negrito retinto, con toda la lisura criolla de los budingas y mataperros de Lima, gran decidor de desvergüenzas, cantador, guitarrista y navajero, pero muy leal a su amo y muy mimado por éste. Jamás dejaba de acudir al pregón y pagar un real por una olla de barro; pero al día siguiente volvía a presentarse en la puerta, utensilio en mano, gritando: «Oiga usted, so cholo ladronazo, con sus ollas que se chirrean toditas... Ya puede usted cambiarme esta que le compré ayer, antes de que se le rompa en la tutuma para enseñarlo a no engañar al marchante. ¡Pedazo de pillo!».

El alfarero sonreía como quien desprecia injurias, y cambiaba la olla. Y tanto se repitió la escena de compra y cambio de ollas y el agasajo de palabrotas, soportadas siempre con paciencia por el indio, que el barbero de la esquina, andaluz entrometido, llegó a decir una mañana:

-¡Córcholis! ¡Vaya con el cleriguito para cominero! Ni yo, que soy un pobre de hacha, hago tanta alharaca por un miserable real. ¡Recórcholis! Oye, macuito. Las ollas de barro y las mujeres que también son de barro, se toman sin lugar a devolución, y el que se lleva chasco ¡contracórcholis! se mama el dedo meñique, y ni chista ni mista y se aguanta el clavo, sin molestar con gritos y lamentaciones al vecindario.

-Y a usted, so godo de cuernos, cascabel sonajero, ¿quién le dio vela en este entierro? -contestó con su habitual insolencia el negrito Manzanares-. Vaya usted a desollar barbas y cascar liendres, y no se meta e
n lo que no le va ni le viene, so adefesio en misa de una, so chapetón embreado y de ciento en carga...

Al oírse apostrofar así, se le avinagró al andaluz la mostaza, y exclamó ceceando:

-¡María Zantícima! Hoy me pierdo... ¡Aguárdate, gallinazo de muladar!

Y echando mano al puñalito o limpiadientes, se fue sobre Perico Manzanares, que sin esperar la embestida se refugió en las habitaciones de su amo. ¡Quién sabe si la camorra entre el barbero y el mayordomo habría servido para despertar sospechas sobre las ollas; que de pequeñas causas han surgido grandes efectos! Pero, afortunadamente, ella coincidió con el último viaje que hizo el alfarero trayendo olla contrabandista: pues el escándalo pasó el 5 de julio, y al amanecer del siguiente día abandonaba el virrey Laserna la ciudad, de la cual tomaron posesión los patriotas en la noche del 9.Cuando el
indio, a principios de junio, llevó a San Martín la primera olla devuelta por el mayordomo del Sr. Luna Pizarro, hallábase el general en su gabinete dictando la orden del día. Suspendió la ocupación, y después de leer las cartas que venían en el doble fondo, se volvió a sus ministros García del Río y Monteagudo y les dijo sonriendo:-Como lo pide el suplicante.Luego se aproximó al amanuense y añadió:
-Escribe, Manolito, santo, seña y contraseña para hoy: Con días - y ollas
- venceremos.
La victoria codiciada por San Martín era apoderarse de Lima sin quemar pólvora; y
merced a las ollas que llevaban en el vientre ideas más formidables siempre que los cañones modernos, el éxito fue tan espléndido, que el 28 de julio se juraba en Lima la Independencia y se declaraba la autonomía del Perú. Junín y Ayacucho fueron el corolario.

Dibujo de PANCHO FIERRO

EL ANCIANO ESTAFADOR


Shangó se dirigía en su caballo hacia un pueblo que no había visitado jamás y donde nadie lo conocía. El corcel iba a galope tendido y la capa roja del orisha flotaba dándole al jinete su inconfundible aire de gran señor, de rey de reyes.

Ya adentrado en su itinerario, encontró a un pobre ciego que caminaba con mucha dificultad en dirección al mismo lugar.

–¿Vas al pueblo, arugbo? –la voz tronó en los oídos del anciano.

–Sí, hijo –contestó el ciego.

–Dame tu mano que te subiré a mi caballo –le dijo el rey, cuyo buen corazón se había conmovido al contemplar al desvalido. Shangó montó al hombre en la grupa, así viajaron un largo rato hasta llegar al lugar deseado.

–Aquí te voy a dejar –dijo Shangó mientras lo ayudaba a bajar en la calle principal del pueblo.
–¡Auxilio! –gritó el ciego tan pronto puso un pie en tierra. –¡Auxilio! Me quieren robar mi caballo –repetía a toda voz.

Los habitantes del lugar se arremolinaron alrededor de ambos y la justicia no tardó en llegar.

–Yo recogí a este hombre en el camino y ahora me quiere robar el caballo –explicaba el ciego a los presentes, que ya comenzaban a mirar a Shangó con mala cara.

–¿Tienes algo que decir? –le preguntó uno de los soldados que acababa de llegar.

–Bueno, si él dice que la cabalgadura le pertenece, yo creo que debería saber si es un caballo o una yegua.

–¿Qué tú respondes, anciano? –preguntó otro soldado.

El ciego cogido de sorpresa por la pregunta que le hiciera el orisha y pensando que nadie lo vería, tendió su mano buscando los genitales de la bestia para saber si era hembra o macho. Los presentes se echaron a reír y los soldados le devolvieron el caballo a su dueño, no sin antes regañar con toda severidad al ciego mentiroso.

martes, 20 de julio de 2010

UN DÍA

"UN JOUR" es el siguiente corto de animación, de la directora francesa Marie Paccou. Ganó el Europena Film Awards de 1998 a mejor cortometraje europeo.
Dedicado a todos los que comparten, los que transmiten, los que sienten, los que unen, los que arriesgan... a pesar del vacío.

martes, 13 de julio de 2010

LA HISTORIA DE FEDERICO EL CRUEL

DE HEINRICH HOFFMANN

¡Federico, Federico era un demonio de chico!
A los bichos, por las malas, les arrancaba las alas.
Mataba pájaros, gatos,
destrozaba sillas, platos;
y su maldad era tanta
que azotó a su nana, Marta.

En la fuente, con afán,
saciaba su sed un can.
Federico, el muy malvado,
lo sorprende descuidado
y, sin pensárselo mucho,
azota al infeliz chucho.

El perro gime y, arisco,
responde con un mordisco.
Federico, el imprudente;
grita y llora amargamente,
hasta que el perro se asusta
y se larga con la fusta.

Federico queda en cama
gime, llora y se desgarra.
Viene el doctor y lo examina:
"pociones amargas", su medicina.

El can, en cambio, se harta
de salchichas y de tarta.
Y antes de seguir camino,
se merienda un buen tocino,
y vigila bien la fusta,
porque el palo no le gusta.

LOS TRES CERDITOS VERSIÓN ROALD DAHL


Este maravilloso cuento en prosa es arte del escritor inglés Roald Dahl, quien lo incluyo en su libro "Cuentos en verso para niños perversos". Tiene un twist al final... porque después de todo nada es lo que parece.


El animal mejor que yo recuerdo
es, con mucho y sin duda alguna, el cerdo.
El cerdo es bestia lista, es bestia amable,
es bestia noble, hermosa y agradable.
Mas, como en toda regla hay excepción,
también hay algún cerdo tontorrón.
Dígame usted si no: ¿qué pensaría
si, paseando por el Bosque un día,
topara con un cerdo que trabaja
haciéndose una gran casa... de paja?
El Lobo, que esto vio, pensó: "Ese idiota
debe estar fatal de la pelota...
"¡Cerdito, por favor, déjame entrar!".
"¡Ay no, que eres el Lobo, eso ni hablar!".
"¡Pues soplaré con más fuerza que el viento
y aplastaré tu casa en un momento!".
Y por más que rezó la criatura
el lobo destruyó su arquitectura.
"¡Qué afortunado soy! -pensó el bribón-.
¡Veo la vida de color jamón!".
Porque de aquel cerdito, al fin y al cabo,
ni se salvó el hogar ni quedó el rabo.

El Lobo siguió dando su paseo,
pero un rato después gritó: "¿Qué veo?
¡Otro lechón adicto al bricolaje
haciéndose una casa... de ramaje!
¡Cerdito, por favor, déjame entrar!".
"¡Ay no, que eres el Lobo, eso ni hablar!".
"¡Pues soplaré con más fuerza que el viento
y aplastaré tu casa en un momento!".
Farfulló el Lobo: "¡Ya verás, lechón!",
y se lanzó a soplar como un tifón.
El cerdo gritó: "¡No hace tanto rato
que te has desayunado! Hagamos un trato...".
El Lobo dijo: "¡Harás lo que yo diga!".
Y pronto estuvo el cerdo en su barriga.
"No ha sido mal almuerzo el que hemos hecho,
pero aún no estoy del todo satisfecho
-se dijo el Lobo-. No me importaría
comerme otro cochino a mediodía".
De modo que, con paso subrepticio,
la fiera se acercó hasta otro edificio
en cuyo comedor otro marrano
trataba de ocultarse del villano.
La diferencia estaba en que el tercero,
de los tres era el menos majadero
y que, por si las moscas, el muy pillo
se había hecho la casa... ¡de ladrillo!
"¡Conmigo no podrás!", exclamó el cerdo.
"¡Tú debes de pensar que yo soy lerdo!
-le dijo el Lobo-. ¡No habrá quien impida
que tumbe de un soplido tu guarida!".
"Nunca podrá soplar lo suficiente
para arruinar mansión tan resistente",
le contestó el cochino con razón,
pues resistió la casa el ventarrón.
"Si no la puedo hacer volar soplando,
la volaré con pólvora... y andando",
dijo la bestia, y el lechón sagaz
que aquello oyó, chilló: "¡Serás capaz!"
y, lleno de zozobra y de congoja,
un número marcó: "¿Familia Roja?".
"¡Aló! ¿Quién llama? -le contestó ella-.
¡Guarrete! ¿Cómo estás? Yo aquí, tan bella
como acostumbro, ¿y tú?". "Caperu, escucha.
Ven aquí en cuanto salgas de la ducha".
"¿Qué pasa?", preguntó Caperucita.
"Que el Lobo quiere darme dinamita,
y como tú de Lobos sabes mucho,
quizá puedas dejarle sin cartuchos".
"¡Querido marranín, porquete guapo!
Estaba proyectando irme de trapos,
así que, aunque me da cierta pereza,
iré en cuanto me seque la cabeza".

Poco después Caperu atravesaba
el Bosque de este cuento. El Lobo estaba
en medio del camino, con los dientes
brillando cual puñales relucientes,
los ojos como brasas encendidas,
todo él lleno de impulsos homicidas.
Pero Caperucita, -ahora de pie-
volvió a sacarse el arma del corsé
y alcanzó al Lobo en punto tan vital
que la lesión le resultó fatal.
El cerdo, que observaba ojo avizor,
gritó: "¡Caperucita es la mejor!".

¡Ay, puerco ingenuo! Tu pecado fue
fiarte de la chica del corsé.
Porque Caperu luce últimamente
no sólo dos pellizas imponentes
de Lobo, sino un maletín de mano
hecho con la mejor... ¡piel de marrano!

martes, 6 de julio de 2010

CACA DE VACA

FELIZ DÍA DEL MAESTRO

En Perú, el 6 de julio de cada año se celebra el Día del Maestro y como nosotras también tenemos uno, les compartimos un cuento clásico del nuestro maestro, Francois Vallaeys.
Cuento sacado de una presentación en vivo.

Había una vez una caca de vaca, Linda la caquita! Lindaaaa!!!
Toda recién nacida, redondita, líquida con mucho humo, como una linda torta recién salida del horno, con pedacitos verdes y marrones mmmm, y ese olor del campo mmmm, ecológico, orgánico, qué delicia, qué delicia mama mía!

Pero a pesar de ser una caca muy hermosa, esa caca tenía problemas... problemas grandes de orden metafísico, de orden filosófico. Y es que la vida de una caca de vaca es breve. Comienza secándose por los bordes y se encoge, se encoge; y se recontra encoge y cuando el centro de la caca, o sea el corazón de la caca está seco, pum! Se acabó la caca... capup!

Así que consciente de su muerte cercana, una caca de vaca va de frente a los problemas esenciales de la vida que son: Quién soy, De dónde vengo, A donde voy?
Y sobre todo había una pregunta trascendental para la caquita y era: ¿Quién es mi mama?

Caquita, caca de vaca... caca plum.
¿Quién soy, de dónde vengo a donde voy?
Y quién es mi mamá?
¿Quién soy, de dónde vengo a donde voy?
Y quién es mi mamá?
Caquita, caca de vaca... caca plum
Caquita, caca de vaca... caca plum....

Y porque caca se sabía, pero no de vaca... así reflexionaba y reflexionaba, y más reflexionaba, más humo salía de ella. Y claro, caquita había probado de todo: estudios de antropología, sociología, filosofía en las grandes universidades del país, también había probado la meditación trascendental, había probado la visualización de imágenes positivas; pero nada de eso funcionaba y se lamentaba y se lamentaba... Así que fue donde el psicoanalista y ahí regresó a su infancia, a los sueños de infante... el parto y su primer momento de vida y hummm... cuál podría ser el primer grito de vida de una bebé caca de vaca? (pussssshhhh)... oh, ella no sabía, no sabía cómo sería.

Y se dijo, no, no es así: “para contestar a las grandes interrogantes de la vida, hay que ir a ver la vida” Así que como el campo estaba todo inclinado y como caca estaba jovencita, toda liquida, y toda llena de vida; caca comenzó a deslizarse y deslizarse hasta encontrarse cara a caca con una flor.

La flor toda linda con pétalos por todos lados como los dreps de un rastaman y justamente esa flor tenía su guitarra eléctrica y cantaba:

(Bob Marley & The Wailers vengan por favor con su melodía de “No woman no cry”)

No, caca, no cry;
No, caca, no cry;
No, caca, no cry;
why no caquita?
No, caca, no cry.

Oh caquita, qué haces por acá?
Por qué te vas tan apurada?
Oh caquita ven a bacilar...
Vamo a tocar buena músicaaaaa,
mi caquita.

Ya verás que vas a estar bien .
Ya verás que sonarás bien.
Ya verás que bailarás bien.
Ya verás que cantarás bien.

Oh no, te agradezco, pero
cómo crees que yo quiero tocar música?
Con todo mi amor, con todo mi corazón
si no sé quién soy y no sé por qué estoy
en la tierra?
Así que te agradeceré que me digas
quién es mi mamá...

Y tu mamá es una vaca,
y tu mamá es una vaca,
y tu mamá es una vaca...

Una vaca, Oh gracias florcita! Ya tengo la primera respuesta a mi pregunta.

Y caquita siguió su camino, arrastrándose y arrastrándose y llegó a un inmenso precipicio, muy hondo y ahora sí, o me quedo tranquila en mi campo y nunca podré responder a las interrogantes de mi vida o salto, y vamos a ver qué pasa.... qué hago? Qué hago? Ayayay! Ya pues... Y caquita saltó.

Y cayó sobre bolsas vacías de Chizitos y luego sobre latas de leche Gloria, envases de gelatina royal, cáscaras de huevo y plátano y otras cositas más: shas shas shas y shas... caquita siguio viva, fuerte la caquita!

Y delante de caquita se extiende un inmenso desierto lleno de rocas, todo caluroso, con un sol muy caliente y caquita sintió miedo, pues se seca rápido, uy! Pero no importa, tiene que responder a las grandes interrogantes de su vida. Caquita podría secarse rápido, pero caquita sigue adelante y se arrastra en el desierto y el sol la va secando y pedacitos de ella se van desprendiendo paf paf paf, pero caquita sigue firme y en el medio del desierto, se encuentra con una columna de hormigas rojas que se están preparando para pasar la noche.

Las hormigas rojas sienten simpatía por caquita y la invitan a tomar el té de menta y el te dementa era rico para la caquita, le encanta! Y a caquita le encanta las hormigas y las hormigas encantan a caquita. Y las hormigas le dicen:

“Ven con nosotras caquita, vamos a buscar la sal en el desierto para venderla en la costa. Si tu vienes también vas a ganar muuuuucho billete y te comprarás una casa graaaande y tendrás una mujer árabe, una mujer físicamente inteligente”

Pero caquita rechazó gentilmente la propuesta de sus amigas las hormigas, diciendo que no, que no podría aprovechar de las riquezas y el poder si no sabe quién es y su preocupación era saber dónde podría encontrar a una vaca.
Una vaca?
Oh las vacas se encuentran al otro lado del desierto, en la huerta de Don Raul. El paraíso financiero de todas las vacas, ahí podrás encontrar a la crema y nata de todas las vacas.
Gracias hormigas! Ahora tengo mi segunda respuesta yeeeeeeeehhhh!

Y caquita siguió su camino en el desierto, arrastrándose y arrastrándose llegó a la huerta de Don Raul, el paraíso prometido. Y hummmm la hierba fresca era riiiiica para la caquita hummmm. Y de pronto, encima de ella apareció una mosca, saben de esas moscas gordas, verdes y sonoras.

La mosca miró a la caquita y caquita miró a la mosca y pum! Ahi hubo un click y la mosca cayó perdidamente enamorada de la caquita.

Oh! mi caquita, qué linda eres! Qué hermosa eres!
Con tus pedacitos verdes, tus pedacitos marrones,
Sé mía caquita, sé mía mi caquita y hazme tuya...
Ya verás Tendremos muchos hijitos...
Y yo pondré mis huevitos en tus huequitos
y con tu calorcito vamos a tener un montón de mosquitas.
Y como los niños tienen que trabajar para sus papis,
Tendremos una casita en el campo, plata en el banco
y una AFP para la jubilación.
Qué te parece mi caquita pechocha?
Cásate conmigo
Muak muak muak

No, gracias mosquita, pero, cómo crees que yo podría amarte y amar a nuestros niños como yo debo si no sé quién soy, ni por qué estoy en esta tierra. Así que te pediré que me digas por favor mosquita, cómo es una vaca?

Una vaca? Oh, una vaca es un animal enorme, con patas enormes, un vientre enorme y una cola detrás que da cachetadas a todas las moscas. Buaaaaaaa buaaaaa, adiós mi caquita, adiós!

Adiós mosquita!

(Y entra Eros Ramazzoti con la tonadita de “Otra como tú”)

No puede haber
¿Dónde la encontraría?
Otra caca igual que tú.
buaaaaa

Y la mosca se fue a ver su telenovela y caquita continuó su camino arrastrándose y arrastrándose. Y de pronto se encuentra con un animal grande, con cuatro patas, un vientre grande y no hay duda de que debe ser una vaca.

Mamá, mamá, oh al fin te he encontrado, oh mi mamá. Buenos días mamá!
Guau guau!
Guau guau! Grrrrr
No soy vaca guau! Soy el perro de Don Raul y yo no hago cacas como tú. Yo hago caquitas redonditas, bien duritas y bonitas... asi que vete de acá o te como!

Y caquita siguió tristemente arrastrándose y arrastrándose en el campo cuando de pronto wuaaaaaauuuu vió un animal diez veces mucho más grande que el perro, que tenía cuatro patas que parecían columnas de catedral y con un vientre enorme de color blanco y negro que parecía la vía láctea y tenía una cola detrás que daba cachetadas a todas las moscas.

Señora, buenas! Usted no sería por si acaso una vaca?
Por suuuuupuuuuuuuesto que soy una vaca muuuuuuu

Caquita, conmovida hasta las lágrimas y emocionada a más no gritó: Mamá, mamá mamá!!!!

Soy yo, caquita, tu hija

MI hija? Pero si tu no eres hija mía. Mira, mira esas vaquitas bebés que están en el campo. Ellas sí que son mis hijas. Y tú, tú no eres nada, tu no eres nada mas que una MIERDAAAA!

Pueden imaginar el dolor profundo de caquita? Pueden imaginar la frustración y tribulación enorme de caquita después de haber cruzado valerosamente el desierto a riesgo de secarse bajo el sol, después de haber rechazado la invitación a cantar con la flor rasta; después de haber rechazado el dinero y poder que le ofrecieron las hormigas árabes; después de haber rechazado el amor candoroso de la mosca? Se imaginan la soledad y angustia de caquita de saberse simplemente mierda?
Pobre caquita, pasar todo eso por buscar a su mamá para luego escuchar esas palabras de su propia madre? Oh, fue demasiado difícil para caquita soportar eso y caquita comenzó a llorar y llorar todas las lagrimas del mundo a esperar la muerte, ya no le quedaba nada más en este mundo más que esperar.

Pero justo antes de morir, caquita sintió algo debajo de su piel, algo que crecía y crecía y de pronto, rompió su piel. Y eran dos hermosos champiñones blancos abriéndose al sol de la madrugada. Oh, eran bellísimos. Y los champiñones miraron a caquita y le dijeron: “buenos días mamá” Ah? Pero no, yo no puedo ser su madre si yo tan solo soy una caca de vaca nomás. Yo no puedo ser su madre.
Pero cómo que no puedes ser nuestra mamá? Gracias a ti hemos nacido, gracias a ti crece la hierba, gracias a ti crecen las flores, los cereales, el pasto, los árboles!!!

Oh, y en ese momento caquita lo supo. Supo el sentido de su vida, lo sintió en su corazón y caquita pudo morir feliz de saber quién era y porqué estaba en esta tierra.

Y yo, cada vez que cuento este cuento, se lo dedico a todas esas personas a quienes les han dicho su familia, sus amigos o en su trabajo que eran unos don nadie, que no valían nada. Porque la moraleja de mi historia es que inclusive una caca de vaca no solamente es mierda!"
Ilustración de NIÑO FAROLILLO (David Belando)

domingo, 4 de julio de 2010

LA JOVENCITA


El algarrobo se inclina como una nube verde

sobre la única bodega del pueblo.

Detrás del mostrador humilde

una grácil jovencita lleva nuestra mirada

a un tiempo sin malicia.


Tiene el cabello recortado

como un muchachito travieso. El próximo año

tendrá la cabellera larga. El cuerpo

sobrecoge de tan puntual y prolijo: cumplirá

con el crecimiento de cada uno de sus cabellos

y hará sonar una música

menos inocente.


Mientras tanto, ella guarda sus negros mechones

en un frasco de vidrio

junto a los caramelos y gomas de menta.

Eso es siniestro, pequeña.

Tú, tan vivaz, hija

del solcito que venimos a buscar,

no deberás guardar nada muerto. No es justo

para los que ahora te miramos

como aguita de yerba para el desasosiego.


José Watanabe "La Piedra Alada".